January 10, 2013

Maullidos y leche condensada


Desenfreno, desquicio y destrucción, a eso sonó mi romance ideal. Así lo fue, hasta verse terminado por no comprender ciertas costumbres amatorias tan extrañas como un ganso color verde pastel nadando en un mar de  miel; para ella yo era el perfecto idiota y un loco perturbado. ¡Ah mis viejas glorias al lado de una muchacha alocada!


Pero no era ella, ni tampoco yo ¡fue su gato! estoy seguro ese felino me robó su corazón. Al comienzo parecía inofensivo; lo recuerdo bien,  en una de aquellas borracheras, donde el frío nocturno te cobija y vas de bar en cantina buscando música mejor; asimismo un paso tras otro, tragos más fuertes y baratos, hasta que un maullido a lo lejos nos interrumpió.

Era un quejido débil, pero complicado de ignorar. Lo seguimos entre los botes de basura que están en avenida Reforma. Al llegar hasta el ruido que producía,  encontramos un gato pardo quejumbroso y pequeño, inmediatamente dijo “Por favor, no tiene a dónde ir, necesita una familia y no somos los más funcionales pero, pues no es un bebé, es más sencillo de cuidar”… como decir que no a su cara de ángel y su aliento alcoholizado que tanto me gusta.

Y ahí empezó todo. Ella y el minino se hicieron muy cercanos, a mí de vez en vez me caía en gracia. Sin embrago, invadía mi espacio, mis sillones, mi cama, mi cocina, todo quería, pero sólo era material en esos tiempos. Un día de la nada me pareció extraño que mi ex mujer siendo tremenda fiesta ya no quisiera salir. Ya no fumaba marihuana conmigo, ya decía no a nuestros sorbos de anís para relajarnos, ya no íbamos ni con sus amigos ni con los míos, quería estar en casa…¡patrañas!

Entendería que cuando el gato era bebé ella quizás quisiera quedarse en casa a cuidarlo. Pero no, el felino había crecido, tan grande como un perro de esos de raza española, y continuaba desarrollándose, algo había en él que nunca me dio confianza.

Me miraba sigiloso, atento y callado. Amenazaba con esa mirada sínica, me repudiaba con su ser. Comencé a sentirme observado y atrapado en mi propio hogar, ni el Whisky me calmaba los nervios. Ni un Martini hacía su magia. Lo peor ocurrió cuando ella y yo dejamos de hacer el amor, luego paso a ser sólo vil sexo vulgar, de ese que tienes para desahogarte con otras parejas, con ¡otras!, yo había pasado con todo y mis delirios a ese rincón de uso y desuso, el de los amantes de una noche, esos que sólo quieres para un rato.


Ya no era nadie para ella.

Un gato, me tenía celoso, por lo tanto me sentía acabado y como un loco de esos que babean enfermos y obsesivos por los pasillos de un manicomio clamando por un globo que no está ahí. Nadie podía entenderme, mucho menos creerme. 

Entonces un día uno de mis tantos cantineros de confianza me comentó “Hombre si no viene Isabel es por que ya hay otro en tu cama; no eres raro por tus alucinaciones con el gato, eres un pendejo por venirte a beber solo, enojarte con ella y dejarla a manos de aquel cuyo nombre aún no sabemos”.

Tenía toda la maldita razón, miré el reloj, era temprano, las diez en punto. Tomé un taxi a la brevedad. Pedí al chofer que me llevará con la mayor de las premuras. En el camino explique enrabietado las ideas implantadas en mi cabeza por el cantinero, las cuales se derramaban como cascadas por todo mi cuerpo.

Yo no iba a llorar, bueno no quería hacerlo, por eso esperaba verla mejor convertida en una monja que se queda en casa, en vez de una ramera que le da su amor a otro en el colchón que yo pague. Moría por equivocarme.

El taxista con cigarro en mano, ya muy viejo y pálido me expresó “Traigo un arma por si gusta usarla, no lo delataré, y puede subir rápido después de terminar el trabajo; recuerde, es una ciudad donde pasan muchas cosas y nadie lo sabrá, déle un plomazo por mi a los dos, además, le costará un extra, pero nadie se enterará… de acuerdo”, con su voz ronca finalizo con un cortés “aquí lo espero”.

No lo pensé ni una vez más, tomé el arma y la puse dentro de mi abrigo. “Por favor equivócate, por favor, por favor, que esté sola” me decía a mi mismo, jamás había sentido celos de tal naturaleza, todo se iría al carajo de un momento a otro.

Camine el oscuro y silencioso pasillo del edificio dónde nos ubicábamos. Debía no hacer ruido, cuando me dí cuenta…llegué muy lejos. Ya estaba dentro con arma en mano viviendo el peor de los horrores.

Escuche su respiración agitada, sentí que olía su sexo humedecer, cuando me di cuenta que estaba en nuestra cama untándose leche condensada en los pezones y el gato lamiendo restos de este líquido en su vagina.

No lo podía creer, era el gato, era el maldito felino pardo el que la hacía suya todas las noches. Era esa bola de pelos quién le daba ahora mayor placer a Isabel que yo. “El condenado ni verga tiene, ¡qué chingados haces!” sólo le grite… sólo le disparé.


El gato calló muerto al instante. Ella jamás me perdonó, Isabel era la de la zoofilia.  Yo un idiota que no entendía el amor.

Cuando le conté al cantinero lo ocurrido, esté me expuso su caso “lo supuse  desde que hablaba tanto del gato cuando dejó de venir a beber contigo. Velo por este lado al menos no fue un pit bull, como a mi me paso. Era mi perro desde los doce y luego unos años más tarde ya estaba con Anna, mi ex novia…estas mujeres, antes había que cuidarlas de otros hombres, luego de otras viejas, ahora resulta que hasta de tu mascota”.

Felino Cósmico (Viridiana Santana)

4 comments:

  1. jajajajajjaja muy bueno, me encanto, ese final tan encantador.
    muchas felicidades.
    atte Vico

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  2. wo0o0ow... excelente, me gusto, no se que decir, creo que jamás dejare a mi mujer con mi serpiente, no se que pueda pasar XD

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  3. Ya lo leí. Está bien hecho, un poco predecible pero muy padre en su estilo de cuento clásico. Muy bien, sólo cuida la ortografía, hay un par de fallas que se ven muy feas!

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  4. Así? y según yo ya las había corregido, pero lo mirare con más calma. Gracias por leerlo.

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